En el equipaje no podían faltar mis zapatillas, trasladarme a
miles de kilómetros no se debía quedar en una mera visita. Y así para allí marché.
El sopor que percibí
al entreabrirse las puertas del aeropuerto me dio el primer “bofetón”. La
noche, el trasiego de multietnia, el flujo de tráfico y los miles de kilómetros
añadieron un extenso sopor de sudor sobre mi cuerpo.
Durante varios días entrene
y planifique el recorrido, para
establecer la combinación perfecta, donde la mejor hora y el menor calor se
aliaran con un itinerario garante al punto de inicio. Todo ello, debía de culminar en un objetivo: Llegar
hasta los pies del gigante Burj Khalifa.
Las primeros tres salidas, más bien, fueron de puro tanteo,
donde las amplias vías, el intenso tráfico y los gigantes edificios de figuras
geométricas fueron rompiendo sus barreras ante mi presencia expectante y de
asombro, en donde la grandeza, hecha exceso, se plasmaba en cualquiera de sus
espacios, otrora arena desértica.
Ante todo esto siempre aparecía un sol de aureola gigante,
transformada en la gran boca monstruosa, devoradora de todo lo que por los
espacios abiertos se movían, haciendo agotador el ritmo, exigiendo, casi en
cada metro, un sorbo de agua, para que sus gotas se escondieran en lo más
recóndito de mi cuerpo y evitar los verticales secantes brazos del dios Sol, que con avidez de lujuria se extendían extrayéndole de mis entrañas.
Temprano, intentando hurtarme de los acechantes rayos del dios Sol, comencé. Era
el amanecer del día “d”, donde la estrategia elaborada comenzó su despliegue.
No hay frescor, porque
no hay tregua.
Los días pasados han ido asegurando el recorrido de vías,
aceras y edificios, obligando a requiebros ya estudiados. La sinuosidad del
itinerario está asimilado en una ciudad de gigantes.
El ritmo vivo y los pasos certeros anidan la posibilidad de
alcázar los pies del Burj Khalifa.
Todo resulta más familiar en una ciudad cortante, de
edificios imponentes y de estructuras soberbias que empequeñecen las aceras,
los pasos y las personas.
El recorrido ya no es dubitante, las zapatillas siguen en un
ritmo hurtador del sol acechante. Son zancadas que se alían con el descorrer de
puertas, que tras su cercano paso, dejan traslucir un aire de frescor en una
ciudad de edificios descomunales, con temperaturas que no se saben porque simplemente
no existen.
Correr, pienso y me digo -es difícil-, ¡Aquí!, el correr se hace
difícil y extraño, porque extraña es la ciudad, donde de la arena han nacido edificios
sublimes que guarecen culturas, donde solo una impera y rige.
Los quiebros del tránsito de caminos tratan de evadirse de un
dios violento y agresor, que fluye de manera intransigente desplegando sus
rayos. Sudor y sofoco. Dificultad, ansias y ganas, porque nada es fácil. No es
un mundo de sueños, es un lugar de lucha, de dificultades, donde uno/a sólo ha
de ser todo entereza.
Ahí está imponente. Alto y único. Con figura esbelta y protegida por auras de Sol que hacen que
sus pies de gigante sean inalcanzables.
Ahí está, donde el sudor me invade, donde el cansancio me
agota. No es fácil seguir, donde un
colorido agresivo y demoledor se interpone como barrera infranqueable.
Es el momento de retomar el camino para seguir, en un lugar
donde el correr no es fácil.
Vehículos, pitidos, ruidos, edificios,… sed. Solo es aguantar el ritmo y seguir. Trato de esconderme de unos gritos de Sol que me buscan y me absorben.
Cansancio, agotamiento y ganas de parar donde no me queda más remedio que seguir.
Vehículos, pitidos, ruidos, edificios,… sed. Solo es aguantar el ritmo y seguir. Trato de esconderme de unos gritos de Sol que me buscan y me absorben.
Cansancio, agotamiento y ganas de parar donde no me queda más remedio que seguir.
Sudor mucho sudor, sequedad mucha sequedad. Sigo y lucho,
porque simplemente me pongo retos y no metas.
NOTA: Dedicado a mi Princesa.
NOTA: Dedicado a mi Princesa.
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