Mi marcha se vio detenida de
súbito. Su mirada, como salida de los ojos, penetraba mi cuerpo. Su cabeza con
movimientos bruscos e inquietantes se hacía sentir a poco menos de unos centímetros.
El vaho teñía mi cara en una espesa niebla, que sólo dejaba sentir un sonido
bronco y tenebroso. No logre descifrar letra, ni palabra o frase que me
desbloqueará. Me encontré atenazado, imposible articular palabra ante aquella
presencia fantasmabólica. De cabellos negros tétricos, acabados en un alto moño
espeluznante, donde un camisón en blanco vuelo dejaba traspasar una brisa
helante. Aquella macabra situación, que erizaba mis pelos, congelaba mi piel e inmovilizaba
mi cuerpo no me dejaba ver. Era el fin de los fines.
Una voz metálica chirría –Ofertas
del día, si se lleva un kilo de chirimoyas le regalamos una latilla de berberechos-.
La voz chirriante me deja abrir los ojos y, por fin, después de pasar la cuarta o quinta vez por la línea de
detergentes la logro ver al fondo, donde esta dudando de echar el detergente en
polvo o el líquido concentrado.
28 de diciembre, día de los
Santos Inocentes. Bien temprano los vecinos, en aquellos tiempos, agudizaban el ingenio para de manera “inocente” dar la primera inocentada. Hoy
seguimos la tradición, rememorando aquel episodio bíblico con ingenuas
inocentadas, en las que hasta los medios de comunicación nos intentan colar su
inocentada, que en muchos casos son un bello malabarismo de ingenuidad hecho
noticia.
Desde esta inocencia, se les pide
que a lo largo del año utilicen el rigor informativo, incluso su contrastación,
ante aquellas noticias que surgidas de la inocencia de las gentes y su buen hacer, el hecho quede convertido en una burda noticia, para hazmerreir de” panfleto” que lo publica y sin dejar de ensalzar la importancia del saber hacer y el actuar de las personas que se encuentran con estos dramas sociales, por otro lado muy habituales hoy en nuestros días.
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