domingo, 8 de diciembre de 2013

La Pedriza por las Torres

Cantocochino, esa mañana, se había convertido en el punto de concentración de la expedición. Casi en certera puntualidad inglesa, los expedicionarios procedentes de allende los diversos lugares, comienzan sus saludos y presentaciones: Eva, Silve, Sara, Belisario, Gregorio, Bienve, Fausto, José Luis, Miguel, Roberto, David, Carlos, Adrián y Julián.

Envueltos en capas cuan cebolla, se inicia una marcha en cadena. El sol, ya está rompiendo con fuerza los fríos de la noche, y será con las primeras subidas cuando se comiencen a descubrir tímidamente los cuerpos. La mañana presagia un día pletórico en colorido, en donde los inmensos paisajes que se irán descubriendo con la conquistas de las alturas nos irán dejando un espíritu encomiable, al inundarnos del poder de la montaña.

Las Torres, una vez conquistadas en sus cumbres, nos muestran un blanquecino horizonte, donde la Bola del Mundo y su Cuerda Larga susurran nuevas propuestas. Avanzado y posicionándonos en dirección suroeste, sus rayos sosiegan el cuerpo en descanso: Queso manchego, chorizo de jabalí, chorizo de la Alberca,… atraen el revuelo de buitres leonados. Todo un espectáculo, donde el lujo de la naturaleza se ofrece al mejor de sus precios.

Laberinto. Vuelta y revuelta. Dudas. Los expertos calculan, los gepeeses se retuercen y la audacia de los presentes marcan las marcas. Un laberinto de rocas graníticas de figuras difíciles sigue mostrando unas imágenes bonitas, bellas, inconmensurables... 

Bajar, seguir bajando. Donde el cansancio va dejando sus huellas en el cuerpo, y la esperanza de alzar unas “gordas” que conviertan los momentos en anécdotas o quizás en algo más a cambio de bien poco.

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