Fue
por el mes de septiembre cuando di fin a Victus. Libro que trata de la guerra
de sucesión entre los borbónicos y austracista, o lo que es lo mismo Felipe V y
Carlos I. Ya en aquellos entonces se vislumbraba que las parcelas localistas independiente
eran mera quimera, donde Europa mostraba su apoyo a uno u otro según sus
conveniencias e intereses, y entre medias España partiéndose a “ostias” por
poner al mando del timón a los carlangas o los felipistas.
Victus,
es ese voluminoso libro que te retrae (más si el tiempo que dispone para
lectura es muy limitado), además en este caso, bajo el recelo de que su autor,
Albert Sánchez Piñol, es su primer libro en el lenguaje castellano. Lo primero
que piensas es que buscará.
Victus
una vez en mis manos, mejor dicho en mi libro electrónico, me envolvió de un
patriotismo ejemplarizante Norteamericano, es decir, no hay mejor forma de ser
español que entender lo diferente y así reforzarnos en lo que somos un estado
plurinacional.
Martí
Zubiría, o el bueno de Martí un espabilao sinvergüenza que nos va narrando la
historia desde su historia. Una primera parte como aprendiz de la afamada
escuela de ingenieros de Vauban para llevarnos hasta el final de esta guerra de
sucesión en España, con la toma de Barcelona un 11 de septiembre de 1714.
Piernas
largas o el sinvergüenza de Marti no es fiel a ideologías ni a bandos,
cambia
de un lado a otro según conveniencias e intereses, así también ocurre con los
profesionales de la guerra o aquellos que luchan en un bando y luego se cruzan
al otro. Victus narra una guerra compleja, que la balanza cae sobre un lado u
otro según la fuerza de los apoyos exteriores que cada bando dispone en un
determinado momento.
Del
libro y su narración, no hay que olvidar, que la hace el bueno de Zubi a una
edad de no menos de 90 años, con lo cual los retazos narratorios están sujetos
a una mente quemá por los años, con flases de recuerdos, y en muchos de los
casos de acuerdo a su conveniencia. Dejando en algunos momentos de su narración
una visión pobre y de miras estrechas:
“El personaje castellano por excelencia es el hidalgo, invento medieval que aún
pervive. Orgulloso hasta el extremo de la locura, desvivido por el honor, capaz
de batirse a muerte por un pisotón, pero incapaz del menor empuje constructivo.
Lo que para él son gestos heroicos, para la mirada catalana no pasa de ser un
empecinamiento en el más risible de los errores.”
Martí
Zubiría pone su conocimiento en la defensa o el ataque de una u otra ciudad,
dependiendo en el bando que se posiciona, “Según Bazoche la guerra podía, y de
hecho debía, practicarse sin emociones, que son las nubes que enturbian el
paisaje racional de la ingeniería”. Martí Zubiría es un ingeniero militar que
aplica el arte de atacar o defender una ciudad, un baluarte o una plaza fuerte
desde el carácter aséptico de un técnico.
Pero
también Martí es un ser despreciable, sin principios y un sinvergüenza al
servicio de su interés, “_¡Soy su fiel
escudero, don Antonio! –grite por decir algo. – Entonces dígame –repuso entre
risas-: ¿por qué cuando el enemigo se halla a nuestra derecha usted cabalga a
mi izquierda, y cuando lo tenemos a la izquierda usted cambia de lado y se pone
a mi derecha? ¿No será que intenta usar mi cuerpo como una fajina móvil?.”
“-Vamos,
Zubiría, sincérese consigo mismo. Su fuga no se la dictó la racionalidad, sino
el egoísmo. No lo guió el amor a la vida, sino el miedo a la muerte”.
Entre
medias de este narrador de dilatada vida, andan a garrotazos dos facciones
dinásticas: Los borbónicos caracterizados por su cabezonería e ir al límite sin
mirar consecuencias y `por otro los austracistas, identificados en los felpudos
o la casta catalana que mira sus intereses por encima de los catalanes de a
pie.
Yo
en todo esto creo que cada uno pone la ñ donde le viene en gana y como le da la
gana. Yo la pongo en España para así seguir unidos cien años más, por lo menos.