domingo, 1 de febrero de 2015

Victus

Fue por el mes de septiembre cuando di fin a Victus. Libro que trata de la guerra de sucesión entre los borbónicos y austracista, o lo que es lo mismo Felipe V y Carlos I. Ya en aquellos entonces se vislumbraba que las parcelas localistas independiente eran mera quimera, donde Europa mostraba su apoyo a uno u otro según sus conveniencias e intereses, y entre medias España partiéndose a “ostias” por poner al mando del timón a los carlangas o los felipistas.

Victus, es ese voluminoso libro que te retrae (más si el tiempo que dispone para lectura es muy limitado), además en este caso, bajo el recelo de que su autor, Albert Sánchez Piñol, es su primer libro en el lenguaje castellano. Lo primero que piensas es que buscará.

Victus una vez en mis manos, mejor dicho en mi libro electrónico, me envolvió de un patriotismo ejemplarizante Norteamericano, es decir, no hay mejor forma de ser español que entender lo diferente y así reforzarnos en lo que somos un estado plurinacional.

Martí Zubiría, o el bueno de Martí un espabilao sinvergüenza que nos va narrando la historia desde su historia. Una primera parte como aprendiz de la afamada escuela de ingenieros de Vauban para llevarnos hasta el final de esta guerra de sucesión en España, con la toma de Barcelona un 11 de septiembre de 1714.

Piernas largas o el sinvergüenza de Marti no es fiel a ideologías ni a bandos,
cambia de un lado a otro según conveniencias e intereses, así también ocurre con los profesionales de la guerra o aquellos que luchan en un bando y luego se cruzan al otro. Victus narra una guerra compleja, que la balanza cae sobre un lado u otro según la fuerza de los apoyos exteriores que cada bando dispone en un determinado momento.

Del libro y su narración, no hay que olvidar, que la hace el bueno de Zubi a una edad de no menos de 90 años, con lo cual los retazos narratorios están sujetos a una mente quemá por los años, con flases de recuerdos, y en muchos de los casos de acuerdo a su conveniencia. Dejando en algunos momentos de su narración una visión pobre  y de miras estrechas: “El personaje castellano por excelencia es el hidalgo, invento medieval que aún pervive. Orgulloso hasta el extremo de la locura, desvivido por el honor, capaz de batirse a muerte por un pisotón, pero incapaz del menor empuje constructivo. Lo que para él son gestos heroicos, para la mirada catalana no pasa de ser un empecinamiento en el más risible de los errores.”

Martí Zubiría pone su conocimiento en la defensa o el ataque de una u otra ciudad, dependiendo en el bando que se posiciona, “Según Bazoche la guerra podía, y de hecho debía, practicarse sin emociones, que son las nubes que enturbian el paisaje racional de la ingeniería”. Martí Zubiría es un ingeniero militar que aplica el arte de atacar o defender una ciudad, un baluarte o una plaza fuerte desde el carácter aséptico de un técnico.

Pero también Martí es un ser despreciable, sin principios y un sinvergüenza al servicio de su interés,  “_¡Soy su fiel escudero, don Antonio! –grite por decir algo. – Entonces dígame –repuso entre risas-: ¿por qué cuando el enemigo se halla a nuestra derecha usted cabalga a mi izquierda, y cuando lo tenemos a la izquierda usted cambia de lado y se pone a mi derecha? ¿No será que intenta usar mi cuerpo como una fajina móvil?.”

“-Vamos, Zubiría, sincérese consigo mismo. Su fuga no se la dictó la racionalidad, sino el egoísmo. No lo guió el amor a la vida, sino el miedo a la muerte”.

Entre medias de este narrador de dilatada vida, andan a garrotazos dos facciones dinásticas: Los borbónicos caracterizados por su cabezonería e ir al límite sin mirar consecuencias y `por otro los austracistas, identificados en los felpudos o la casta catalana que mira sus intereses por encima de los catalanes de a pie.

Yo en todo esto creo que cada uno pone la ñ donde le viene en gana y como le da la gana. Yo la pongo en España para así seguir unidos cien años más, por lo menos.


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