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Una carrera solidaria |
Cuando la fuerza te llena todo el cuerpo, entonces te sientes
pletórico y te haces grande ante un mundo que empequeñece. No hay reto que se
interponga en el camino, porque cuando la plenitud de tu cuerpo se expande, sientes
que la cualidad de tu plena salud es una virtud, bien medida, bien calibrada,
bien gestionada y por ello te sientes imponente y de tus pulmones salen el
aullido del titanismo guerrero griego, que exhala una bocanada de sonido, haciendo
temblar cualquier obstáculo.
Eres tú, gigante y grande. Eres imparable.
Un mal día. Un mal aire. La columna que te sostiene como roca
imperturbable, desde una fría mirada te hiela la espalda. Frialdad que
traicioneramente penetra profundamente hasta el alma. No te da tregua, atenaza
cada músculo de tu cuerpo. Tal es su fuerza silenciosa, que tu mente parece
adéntrarte en un sueño de realidades que no parecen ir contigo; porque eso es de
otros, eso le ocurre a otros.
Los músculos se contraen, los huesos empequeñecen, la carne mengua
y la piel se torna insensible a unas voces que se dispersan, sobre un zumbido
amortiguado que desea ser ajeno. Poco a poco, pero imparáblemente
empequeñeces, encoges, te arrugas y amaneces en la oscuridad de un rincón,
donde una posición fetal hace más
diminuto un cuerpo que solamente quiere esconder el puño en el
vientre que lo vio nacer, porque “así nacemos, con los ojos cerrado,… con el
llanto en los labios,…con las manos cerradas como preparados a dar duros
golpes, morir o vencer…”(Así nacemos, Julio Iglesias).
No te sientes pequeño, eres pequeño. El aullido titánico,
apenas es capaz de levantar un leve sonido agónico de desesperanza, el débil
retimbreo anhela encontrar un resquicio de esperanza que soporte el temible
peso que un mal aire vertió sobre tan
débil cuerpo.
¿Por qué? ¿Por qué?, y mil veces ¿por qué? sin respuesta.
Al abrir los ojos sólo se ve la inmensidad de algo que va
sólo con uno mismo, sin quererlo y sin entenderlo. Es el comienzo desde tu
inmensa pequeñez contra la inmensidad del peso que te atenaza y te aplasta.
Nuevas dimensiones aparecen, siempre han estado ahí, pero
ahora las ves claras y simples, y serán las que desde su pequeñez inyecten la
fuerza para librar una muy dura batalla.
Puedes salir o no, pero un mundo simple es el que robustece
tu pequeñez, te hace fuerte en tu debilidad, te abre luces de esperanza y te
hace ver que un simple gesto tiene el poder de la doble solidaridad, la que se
da y la que es recibida, con afán de extenderse en una cadena que se multiplique exponenciálmente de manera imparable, surjiendo el verdadero grito de
titanismo del ser humano: ¡¡Solidaridad!!.
Que pequeños somos y que grande nos hace la solidaridad.
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