viernes, 25 de abril de 2014

Un mal aire

Una carrera solidaria
Cuando la fuerza te llena todo el cuerpo, entonces te sientes pletórico y te haces grande ante un mundo que empequeñece. No hay reto que se interponga en el camino, porque cuando la plenitud de tu cuerpo se expande, sientes que la cualidad de tu plena salud es una virtud, bien medida, bien calibrada, bien gestionada y por ello te sientes imponente y de tus pulmones salen el aullido del titanismo guerrero griego, que exhala una bocanada de sonido, haciendo temblar cualquier obstáculo.

Eres tú, gigante y grande. Eres imparable.

Un mal día. Un mal aire. La columna que te sostiene como roca imperturbable, desde una fría mirada te hiela la espalda. Frialdad que traicioneramente penetra profundamente hasta el alma. No te da tregua, atenaza cada músculo de tu cuerpo. Tal es su fuerza silenciosa, que tu mente parece adéntrarte en un sueño de realidades que no parecen ir contigo; porque eso es de otros, eso le ocurre a otros.

Los músculos se contraen, los huesos empequeñecen, la carne mengua y la piel se torna insensible a unas voces que se dispersan, sobre un zumbido amortiguado que desea ser ajeno. Poco a poco, pero imparáblemente empequeñeces, encoges, te arrugas y amaneces en la oscuridad de un rincón, donde una posición fetal  hace más diminuto un cuerpo que solamente quiere esconder el puño en el vientre que lo vio nacer, porque “así nacemos, con los ojos cerrado,… con el llanto en los labios,…con las manos cerradas como preparados a dar duros golpes, morir o vencer…”(Así nacemos, Julio Iglesias).

No te sientes pequeño, eres pequeño. El aullido titánico, apenas es capaz de levantar un leve sonido agónico de desesperanza, el débil retimbreo anhela encontrar un resquicio de esperanza que soporte el temible peso  que un mal aire vertió sobre tan débil cuerpo.

¿Por qué? ¿Por qué?, y mil veces ¿por qué? sin respuesta.

Al abrir los ojos sólo se ve la inmensidad de algo que va sólo con uno mismo, sin quererlo y sin entenderlo. Es el comienzo desde tu inmensa pequeñez contra la inmensidad del peso que te atenaza y te aplasta.

Nuevas dimensiones aparecen, siempre han estado ahí, pero ahora las ves claras y simples, y serán las que desde su pequeñez inyecten la fuerza para librar una muy dura batalla.

Puedes salir o no, pero un mundo simple es el que robustece tu pequeñez, te hace fuerte en tu debilidad, te abre luces de esperanza y te hace ver que un simple gesto tiene el poder de la doble solidaridad, la que se da y la que es recibida, con afán de extenderse en una cadena que se multiplique exponenciálmente de manera imparable, surjiendo el verdadero grito de titanismo del ser humano: ¡¡Solidaridad!!.

Que pequeños somos y que grande nos hace la solidaridad.

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