Dejar de correr y dejar de lado cualquier actividad que
implicara lo que el ser humano viene haciendo desde hace más de 4 millones de
años, iniciado por el homínido antecesor al erguirse para ir de forma bípeda,
ha sido mi sino desde aquel ancestral agosto.
No es que he dado de lado al hermano astrolopitecus, porque
de pies he permanecido, a veces más horas de la que debía y andar más de lo
mismo, pero he estado en dique seco por 10 meses en mí ocioso correr.
Lo que empezó con esto será una recuperación rápida me ha
llevado a días y días de rehabilitación, masajes plantares, ejercicios de baile
rodando de la botella, plantillas, infiltraciones,… en fin un repertorio
completo de recuperación interminable. Así que el viernes me dieron el ok (no
porque el traumatólogo fuera un forofo de estos correres de hoy en día),
simplemente me dijo “por mínimo dolor que notes, vienes aquí. Ni se te ocurra aguantar”.
Así hoy domingo, 3 de junio de 2018, metido en un manojo de nervios comienzo un zapatillear miedoso. Pienso donde piso, analizo cada sensación, no quiero ni alargar más de la cuenta la zancada, voy a un “despacico” tronton.
He empezado de nuevo aprender a correr y esta vez de la mejor
forma posible que es en mi Tierra roja y con mis zapatillas rojas. Lugar y
espacio único, donde el sosiego y la luz resaltan los colores de una intensa
humedad primaveral.
Espero y deseo que esto sea un comenzar para seguir. Al
menos este es mi deseo y para ello imploro a los mil dioses que gobierna esta
alquimia que miren por este bien correr. Que mal he estao, pero que no sea pa
peor.

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