lunes, 18 de diciembre de 2017

Castrolas, el bandolero de los Montes de Toledo

“Casi toda la mañana la pasó escondido entre unas piedras que evitaban el que alguien lo pudiera ver. Repasó su vida y pensó mucho en su Victoria y en su hija y en algunos momento lloró.”.

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Después de leer el libro me he quedado con una duda ¿Qué razón ha llevado a la suspensión de la presentación de este libro en el pueblo que vio nacer a Castrolas?.

Constancio, paisano de Villafranca de los Caballeros se ha aventurado a escribir un libro sobre la vida de Isidro Juárez Navarro natural de Villarubia de los Ojos. Creo que escribir un libro requiere el arte del saber en la utilización de la pluma, y lanzarse a estos menesteres es una aventura de mucho atrevimiento y después de pasearme por los lares comarcales de a lomos de Paletos (el burro que acompaño a Castrolas) debo de felicitar a este escritor chelero por su bien armada aventura novelada basada en las desventuras de este bandolero que paso sus años por estos últimos cerros de los Montes de Toledo entre Urda, Madridejos, Villarrubia y Puerto Lápice.

Alguna que otra vez he estado por la sierra de Madridejos y en la cueva de Castrola y siempre en estas visitas me ha quedado un extraño vacío de desconocimiento al pisar estos lugares ¿Quién era Castrolas? ¿Qué maldades realizó por estos lugares? ¿por qué, Isidro, se lanzó al monte?,… estas y otras muchas interrogantes me surgían entre estos cerros, en otro tiempo lugar de escondederos y de desdichas en una época en el que el ocio no era adentrarse por estos montes.

Constancio nos adentra en la vida bandolera de Castrolas con mucha sensibilidad, no deja dudas de que ser bandolero en esas postrimerías del siglo XIX era un elemento generador de inseguridad y miedos en los que buenamente se labraban la vida de una manera decente.

Castrolas, el bandolero de los Montes de Toledo es un libro que da un trato humano, a veces desgarrador de la maldad de echarse al monte y vivir de las malas artes violentas para mal vivir. Porque ser bandolero era vivir en la miseria de la miseria, así nos lo dibuja Constancio.

Significativo es la estrecha unión que este bandolero tiene con su familia. Constancio siempre encuentra  un motivo de conexión con su madre, porque la madre en La Macha es mucha Madre, y aquí Constancio deja sentir esa influencia manchega, porque en La Mancha existe un importante lazo de unión familiar y que decir de esa enlace,  a hurtadillas de la justicia y las gentes, para estar con su mujer e hijos “Victoria abrió un poco las sábanas que los tapaban y acercó la luz del candil para que Isidoro les viese la cara. Quiso besarlos pero se quedó parado porque estaba sucio y tenía una espesa barba que seguro que los despertaría. Que alegría más grande sintió al verlos y a la vez que gran pena por no poder estar con ellos: Isidoro empezó a llorar y, sin poderlo remediar, también lo hizo Victoria.”

Constancio Chacón Velasco ha creado un libro novelado de un famoso bandolero manchego rodeado de muchas muestras y connotaciones manchegas y agradecidos toque localistas de su pueblo, Villafranca de los Caballeros y eso es bueno porque dan sentido a un libro que se adentra en la tierra que bien conoce.

Castrolas fue un bandolero manchego que hizo mal, pero Isidro Juárez Navarro era un manchego revestido de la sacrificada aura que en vuelve a todo el que a pario esta Tierra y a buen seguro que si la vida le hubiera dado otra oportunidad él hubiera sido como son en esta Tierra: Trabajadores, buenas personas y muy apegados a su familia.


“En un mal paso, el animal resbaló al pisar una de aquellas piedras. Isidoro no pudo hacer nada para sujetarlo y Paleto cayó, desparramado, al suelo rodando unos metros ladera abajo con tan mala suerte que se tronzó una de las patas delanteras. Su día había llegado. Uno de los huesos rotos le rajo la piel y se salió de la pierna, una cuarta por lo menos, por debajo de la rodilla. Pero el animal enseguida intentó ponerse en pie aunque eso ya le fue imposible…y, como si de una persona se tratara, le estuvo diciendo cosas. Al poco  rato, con la mano izquierda le cerró los ojos y con la mano derecha cogió su pistola y la puso….”


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