sábado, 22 de agosto de 2020

Guerrilleros (La Mancha, 1808-1823)

                                                                                   "Son únicos estos franceses.
Este se jacta de un año, cuando tardamos ocho siglo en echar a los moros”
Guerrilleros (La Mancha, 1808-1823)

Cuántas veces hemos oído hablar de Francisco Sánchez Fernández o mejor dicho de Francisquete, también conocido como el Tío Camuñas. Sus andadurías allá 1808 fue de heroísmo, temor, indisciplina, deseos de venganza o defensa de una Tierra que otros querían adueñarse.

Mariano Velasco Lizcano escribe, bajo el nombre de Guerrilleros (La Mancha, 1808-1823), una visión histórica de los que fueron los guerrilleros en la guerra de la Independencia contra los franceses, comandados por Napoleón.

El Camino Real que enlazaba Madrid con Andalucía era clave para dominar y mantener a España bajo el dominio francés y La Mancha se convirtió en la encrucijada de esta importante vía de conexión. Quizás fue una falta de previsión estratégica o un simple desprecio a una sociedad humilde, pero la realidad fue que La Mancha, su gente, fue la piedra en el zapato que hizo que un invencible ejército abandonará la pretensión de subyugar la nación española.

Cualquier guerra es difícil de superar por la sociedad que la sufre y España, hoy y casi dos siglos después, mantiene una cicatriz, que con los cambios de “tiempo” se resiente.

Fue la sociedad civil la que lucho contra los franceses, afrancesado, acomodados, poderosos, colaboracionistas,… sus armas fue el coraje, el sufrimiento y las ganas de ser libre en su tierra, aunque estuvieran equivocados en quien podía guiar su forma de vida.

Guerrilleros indisciplinados, obsesivos, luchadores, conocedores de los vericuetos de caminos y escondrijos movilizaban sus “partidas” según criterio de garras y coraje para enfrentaban a el orgulloso ejército francés y a veces convertirse en verdugos de sus convecinos.

En medio de esta sin razón la sociedad masacrada, violentada, torturada,… pero con fuerzas para crear una idea: Patria, y bajo su propio ideario vivir, luchar y morir por Ella.

 

 


martes, 28 de julio de 2020

Pisando la historia bajo la calor

Aire agónico arañando el infinito terruño manchego y dejando grietas de sofocón que nos dejan ir resollando en pedales entre una bruma de sol de poder dominante.

En la primera parada, un sorbo de agua de sabor caldoso restriega el gaznate mientras en los pies el agua. Agua parada, sudorosa y esperante de siglos. Son los pozos de Navarro. Si sus brocales andan desaparecidos, quizás en buenas manos ellos; su construcción ancestral y de dibujos petroglifos andan diciendo que el agua siempre ha sido indicador de asentamientos para el desarrollo y convivencia humana.

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Cruzar Pastrana es ver lo que es y pensar en lo que fue. Ahí está el síndrome moderno de secarral humedal, cuan espada partido por el denostado Cigüela.

Es tiempo de buscar las raíces que surgieron a la vera del río, que fue llano,que fue tranquilo, que fue imponente y enriquecedor de una Mancha que escondía una encrucijada de humedales.

Amasijo y esparcío de tejas de destapados muros. Piedra sobre piedra, donde el laberinto de habitáculos sabiamente se protegían de las invernales crecidas.

Río imponente, majestuoso, pero siempre tranquilo ufanando  tierras que otros miraban recelosos.

Reja y Caz heridos por un río lleno de muerte donde su lividez es absorbida por masas arbóreas empoderadas convirtiendo su cauce anastomosado en la putrefacción cadavérica.

Sorbo el último trago de agua caldosa, pero deseosa, que moja el gaznate. Respiro en sofocón.

Pedalear por encima del pasado para descubrir la realidad del presente y la angustia de un futuro incierto.

Quizás sea esta la otra pandemia oculta, que al igual que la presente, se valga de la virtud fortuita para volver a respirar vida.


viernes, 12 de junio de 2020

Psicofonías en la Laguna de la Sal


 

Es una de esas tardes que vas sin rumbo, sólo vas a dejar pasar el tiempo entre pedales.

Pero es la gran mancha blanca la que me atrae y me lleva, de manera sigilosa me succionan sus entrañas, mientras el lento pedalear hace ronchar las ruedas. Despacio y sobre una piel muy fina oigo los silencios, miro los infinitos, fotografío y grabo.

Estoy en medio de la inmensidad del blanco que en las venideras corrientes de calores sus partículas ascenderán a los Cielos.

Ahora, ya en casa. Selecciono fotos, las uno, las transiciono, les doy su sonido,…. pero en la grabación de sombras y pedales salen ruido desde las entrañas. Extraños ruido desde un lugar de silencios.

Surgen mis dudas y muestro mis temores, serán psicofonías o cacofonías. Lo que es cierto que, cuando los escuchas, sobre tu piel se dibuja un miedo escalofriante.

O parafraseando a Anthony Blake: Y todo lo que han “oído” es producto de su imaginación, no le dé más vueltas. ¡No tiene sentido!.


lunes, 18 de mayo de 2020

El Río de las Tristes Aguas - río Cigüela



“—Yo se lo diré —respondió Sancho—, porque le he estado mirando un rato a la luz de aquella hacha que lleva aquel malandante, y verdaderamente tiene vuestra merced la más mala figura, de poco acá, que jamás he visto; y débelo de haber causado, o ya el cansancio deste combate, o ya la falta de las muelas y dientes.” (Primera parte, capítulo XIX).

A veces las desganas pueden más que las ganas, de ahí que tienes que llegar a una entente que busque una salida entre el medio.

No sin muchas ganas, pero sin prisa y sin pausa comencé mi pedaleo. Dar pedales y parar tranquilamente, mirar reflexionar, fotografiar y seguir. Todo sosegadamente para disfrutar de un paisaje Central Manchego dominado y liderado por un pausado, llano y anastomasado río Cigüela que provocaba un sinfín de planicies de lagunas envueltas entre espadañas, carrizales y un elenco de avifauna, dejando florecer en pleno Corazón Manchego las Lagunas de Villafranca centro de admiración en una Tierra de vistas polvorientas y agónicas de calor.

Hoy río Gigüela de cara tristeza, arrugas profundas e invasión de heridas que se comen su cauce. Hoy un río Cigüela, cansado y agotado de mil combates, donde a veces la derrota era la lucha para una mejor victoria el aquel ayer, hoy un silencio profundo de sus secas aguas braman los estertores de su anunciada muerte.

Donde su muerte acarreara más muertes.


domingo, 10 de mayo de 2020

Buscando el agua

Por fin siento “un cacho” de libertad. Muchos días sometidos a mucha información, que por desgracia es difícil apartar. Pero entre medias se cuela un hilo de esperanza: Ha llovido y con ganas y, aunque forzaos, hemos dejado a la naturaleza campar a su anchas.

Cojo camino Navarro y tras pedaleos llego a mi primer punto: El puente de la Tamarilla. Ni gota de agua. Cuidáo en las fechas que nos andamos  y ni una gota de agua que lleva éste, ya tristón río Gigüela. Mal vamos, pienso pa mis adentros. No quiero ser agorero, ni aprendiz de técnico, `pero esto no es buena señal.

Giro a la izquierda y pedaleo en expedición. Voy río arriba en busca de su agua de este castigado Cigüela, que vuelve a mostrar su cara más amarga: El agua brilla por su ausencia. Mal pinta esto, Este año allá por los arribas, en termino de Cuenca ha nevado, pero según tengo entendido (por los partes del tiempo ha llovido con consistencia por el otoño-invierno. No quiero pensar mal, porque técnico hidrográfico, ni meteorológico, ni estudioso de estas artes de las lluvias y situaciones climáticas soy; pero no me gusta ni un pelo esto que voy viendo.

Siguiente parada, y tras cruzar la carretera Quero. Me paro para disfrutar de las primeras vistas de la laguna Grande. Me da un bajón. Está sin apenas agua, simplemente muestra un angustioso charcón en su centro que lo ha producido la escorrentía de estas lluvias. Pero bueno!, cómo puede ser. Será que las fotos que me han llegao, solamente dependen del lao que una quiere enseñar. Angustia y tristeza, porque esto barrunta, dentro de mi ignorancia, que se nos va a presentar un nuevo año de barros resquebrajaos de triste mirar.

Parada intermedia, siempre, que puedo me gusta seguir el carril que me lleva a lo altozano y divisar las lagunas desde el este (desde aquí parece que todo se ve mejor o no, todo depende). Se ven la Chica a la derecha y la Grande a la izquierda, siempre muestran un bello espectáculo; pero el paisaje lunar blanquecino, rodeado por apenas una lámina de agua dejan una visión de desesperación, que te golpea cuan martillo de Thor, al divisar su aura blancuzca intensa y empoderada que muestra la laguna Grande. Siendo un nadie en conocimiento de aguas y respuestas de la naturaleza, me siento triste; una tristeza que me asusta. Asusta mi futuro, mi identidad, mi orgullo y el casi abatimiento por desesperanza por sentir que hemos perdido, al tener que entregarnos a esta nueva normalidad. Si  el río no lleva agua, si  por el entráero de toda la vida no pasa el agua, nuestra historia será otra. Líbreme nadie de llamarme pájaro de mal agüero, que para eso están los agur y yo no lo soy. Soy uno más de pueblo y sin más conocimiento (si se le puede llamar) que es el que  te da la vida y nada más.

Después de tanto tiempo encogío, no estoy llevando mal este pedalear. Parada rápida en la reja: Agua. Hilo de esperanza que se mete por el Caz. Alegría dentro de este valle de lágrimas que nos viene acompañando desde hace años (me atrevo a decir última dos décadas, con el apretón de estos últimos años). Pero no puedo afirmar, porque no soy de apuntar datos, ni analizar litros de agua, temperaturas, periodos de lluvias y un sinfín de documentación y estudios técnicos, que solo manejan expertos, estudiosos y científicos o comités, y con ello, ellos  son capaces de buscar las causas, la variabilidad de probabilidades e incluso los remedios para poder enmendar a esto que parece ser  que va a ser lo que vamos a tener.

Cojo camino y manta, pedaleo tras pedaleo paso entre pinares, bordeo la Chica y la Grande y enfilo camino de las lagunas para casa. Sólo pienso, y todo basado en mi nulo conocimiento, pero abalado por la experiencia de un lugareño cargado en años, y me digo, al igual que quedan lejos aquellas tardes de baños y entrañables meriendas a la orilla de agua de la lagunas, queda lejos la esperanza de que hogaño las lagunas vuelvan a tener agua. Quizás vivamos un triste verano por muchas otras cosas, pero mi pronóstico, desde la ignorancia, me dice que este año las lagunas las volveremos a ver secas.

A todo esto pido que, esto que pronostico, este basado en un error de cálculo de mis falsos números y nulos conocimientos técnicos, porque espero y deseo que los conocimientos de los entendidos, técnicos, sabios o comité de expertos en la materia digan otras cosas e incluso apunten buenas maneras para dar con el remedio, que a fin y al cabo, ellos son los que saben, conocen y analizan los números, datos y estudios adecuaos para marrarse bien poco, y los demás nos alegraremos de sus buenos aciertos, sobre todo en buscar los remedios.

Que tardes aquellas de baños y largas meriendas.



sábado, 2 de mayo de 2020

La Economía del Azaon

Confinado y con un terreno de poco más de 40 metros cuadrado de tierra (tengo suerte), y atendiendo ideas, descubrí que cavar un día y otro era una manera de hacer deporte y así le he dado una y otra vuelta.

Pero es cierto que en cada azada, hoy y siempre, me he acordado de mi padre. Él un hombre hecho en la “economía del azaón”.

Fue el mayor, cuando en la posguerra era un niño. Tuvo que aprender a buscarse las “habichuelas”, antes que saber las “cuatro reglas” (aunque afortunadamente el abuelo Florencio, su padre, le hizo ver lo importante de saber y aprender).

Le quedo gravado a fuego dos cosas: La familia y el trabajo. La primera la vida le iba en ello, de hecho cualquier sacrificio o penuria ante para él que ver alguien de los suyos padeciendo. La segunda, el trabajo, donde los callos en las manos y en los pies (llego a jugar al futbol sin calzao para no gastarlo, ni estropearlo, que no había otro) era su base incansable para sacar su familia adelante, el uno y el dos siempre los llevo unido.

Esto de dar azaonas como deporte me trae un recuerdo que sonsaca una sonrisa, -los domingo, si no iba a trabajar salía al campo y con el azaon cavaba hasta hacer un hilo lo más recto y largo posible, esa era mi diversión-, más de una vez me lo recordaba. -Huye de estas “miserias” que con ello no se adelanta na-, pero él siempre se aferró al duro trabajo de agricultor de sol a sol, de azaon al hombro, de hoyos para viñas, olivas u otros menesteres, donde el brío que le prestaba al azaon dejaba un zumbido que me imponía.

Nunca se ganó “el pan a traición”, pero siempre tenía un miedo, retroceder a aquellos años duros, donde el mendrugo de pan era todo un lujo; por ello tener siempre un apartao con cuatro gallinas, un par de pichones, unos sacos de trigo y una chiva era asegurar su autoconsumo, y no quiero decir nada del reciclaje, donde el plato de comida no quedaba ni “zarapeta”: los hueso bien limpios para el gato, para las gallinas las mondaduras de naranjas, peras o plátanos y la chiva de todo el resto daba cuenta, vamos que no se extrozaba  nada y nada se tiraba, porque todo tenía un provecho.


Él nunca entendió no llevarse un bocao a la boca sin trabajar y su vida fue eso: Trabajar, trabajar y trabajar. Ah! Y algunas veces con cuidao que no anduviera la Guardía Civil entre los caminos por ser Fiesta de Guardar.

Que deporte más extraño me he buscado durante el confinamiento, cavar y cavar mis apenas cuarenta metros.

Otra vez estoy que casi acabo.

Una mañana entre los ramillazos de las olivas oigo la voz que me dice ¡Vamonos!-, no digo nada, simplemente cojo el hato  y nos marchamos. Él superaba los ochenta años, yo comprendí que desde ese momento las cosas ya no serían igual.

Paso el rastillo envuelto en el sudor de mi entreno en confinamiento.


Él, hoy, supera los noventa lleva confinado sesenta días, si pudiera preguntarle cómo estás, él  a buen seguro, que desde la mirada perdida,  esbozaría una sonrisa y diría –bien- y seguiría envuelto en su mundo extraño y sin entender que aquella economía del azaón que nos hizo crecer hoy nos está rondando, pero quizás desde aquel ayer hasta el actual hoy necesitemos las fuerzas, las agallas y el coraje de aquella gran generación de trabajadores para afrontar este retroceso en lo que creíamos que aquellos tiempos eran cuentos de viejos que no se habían adaptado a esta vida moderna.


miércoles, 22 de abril de 2020

No somos nadie



No somos Nadie
Siempre de pequeño me llamo la atención, cuando con voz misteriosa, ahuecada y envuelta en silencios lúgubres de oscuros lutos, oía decir “no somos nadie”. Esa expresión creaba en mi un miedo: convertirte en algo confundido en las entrañas de la tierra por el trabajo laborioso de unos bichos.

39 días enterrados, donde desde las entrañas de la tierra los laboriosos bichos dan vida a la naturaleza, como ley de vida que es.

No somos nadie, porque la naturaleza manda.


Nunca aprenderemos.