miércoles, 8 de junio de 2016

Fortaleza

Tras varios intentos, es en esta ocasión cuando me  encuentro con los dos elementos básicos a mi favor: Posicionamiento y momento tiempo. Tras un
previo estudio sobre plano, decido atacar desde la misma base, en altitud cero a nivel del mar. Mientras los barcos fondean y los tranquilos urbanitas y vacacionistas playistas se bambolean entre ondulantes baños de arena y sol, acompañados de un susurrante oleaje de las tranquilas  aguas del Mediterráneo, yo bajo una irrevocable decisión, ataco directamente y sin miramientos a través de la soberbia muralla defensiva.

Unas modernas escaleras me dejan a los pies de recovecos de callezuelas, alfoz y otrora amparados en la alargada sombra feudal; pero es el parque llamado Arete el que me abre subrepticiamente la sigilosa entrada a la muralla.


Corro entre empinadas cuestas, avanzo entre atrampadores peldaños de incompresible altura. Posiciono y adquiero porte de conquista; mientras tanto, abajo, la ciudad se encuentra laberintizeada en su hacer. Arriba la bandera, como última conquista, y en medio mi orgulloso porte de inmortal victorioso.


Avanzo, mientras sorteo senderos amurallados, que me abocan a una indefensa entrada de fosos puenteados. Estos últimos son testigos mudos, que me invitan a penetrar, entre estrechos laberintos que ascienden sorteando vigilantes almenas, donde guerreros impertérritos de músculos de hierro, simulan temibles batallas, entre trampas e impedimentos que retrasan y fortifican el ascenso.


Lucha y sudor cubierto de lágrimas que me aúpan a la victoria y a la conquista del último baluarte, donde al fin la bandera se yergue firme, altiva y como último símbolo de mi Madre Patria amarrada a mi corazón o como diría Miguel Hernández “abrazado a tu cuerpo como el tronco a su tierra, con todas las raíces y con todos los corajes.”


NOTA: Sabias que en la construcción de fortalezas, los escalones eran de una mayor altura con la finalidad de realizar una mejor defensa del castillo en el cuerpo a cuerpo.



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