Aire agónico arañando el infinito
terruño manchego y dejando grietas de sofocón que nos dejan ir resollando en
pedales entre una bruma de sol de poder dominante.
En la primera parada, un sorbo de
agua de sabor caldoso restriega el gaznate mientras en los pies el agua. Agua
parada, sudorosa y esperante de siglos. Son los pozos de Navarro. Si sus
brocales andan desaparecidos, quizás en buenas manos ellos; su construcción ancestral y de dibujos petroglifos andan diciendo que el agua siempre
ha sido indicador de asentamientos para el desarrollo y convivencia humana.
.
Cruzar Pastrana es ver lo que es y
pensar en lo que fue. Ahí está el síndrome moderno de secarral humedal, cuan
espada partido por el denostado Cigüela.
Es tiempo de buscar las raíces que surgieron
a la vera del río, que fue llano,que fue tranquilo, que fue imponente y enriquecedor de una Mancha
que escondía una encrucijada de humedales.
Amasijo y esparcío de tejas de
destapados muros. Piedra sobre piedra, donde el laberinto de habitáculos sabiamente
se protegían de las invernales crecidas.
Río imponente, majestuoso, pero
siempre tranquilo ufanandotierras que
otros miraban recelosos.
Reja y Caz heridos por un río lleno
de muerte donde su lividez es absorbida por masas arbóreas empoderadas
convirtiendo su cauce anastomosado en la putrefacción cadavérica.
Sorbo el último trago de agua
caldosa, pero deseosa, que moja el gaznate. Respiro en sofocón.
Pedalear por encima del pasado para
descubrir la realidad del presente y la angustia de un futuro incierto.
Quizás sea esta la otra pandemia
oculta, que al igual que la presente, se valga de la virtud fortuita para
volver a respirar vida.
Es una de esas tardes que vas sin rumbo, sólo vas a dejar
pasar el tiempo entre pedales.
Pero es la gran mancha blanca la que me atrae y me lleva, de
manera sigilosa me succionan sus entrañas, mientras el lento pedalear hace
ronchar las ruedas. Despacio y sobre una piel muy fina oigo los silencios, miro
los infinitos, fotografío y grabo.
Estoy en medio de la inmensidad del blanco que en las
venideras corrientes de calores sus partículas ascenderán a los Cielos.
Ahora, ya en casa. Selecciono fotos, las uno, las
transiciono, les doy su sonido,…. pero en la grabación de sombras y pedales
salen ruido desde las entrañas. Extraños ruido desde un lugar de silencios.
Surgen mis dudas y muestro mis temores, serán psicofonías o
cacofonías. Lo que es cierto que, cuando los escuchas, sobre tu piel se dibuja
un miedo escalofriante.
O parafraseando a Anthony Blake: Y todo lo que han “oído” es
producto de su imaginación, no le dé más vueltas. ¡No tiene sentido!.
“—Yo se lo diré —respondió
Sancho—, porque le he estado mirando un rato a la luz de aquella hacha que
lleva aquel malandante, y verdaderamente tiene vuestra merced la más mala
figura, de poco acá, que jamás he visto; y débelo de haber causado, o ya el
cansancio deste combate, o ya la falta de las muelas y dientes.” (Primera
parte, capítulo XIX).
A veces las desganas pueden más que las ganas,
de ahí que tienes que llegar a una entente que busque una salida entre el
medio.
No sin muchas ganas, pero sin prisa y sin pausa
comencé mi pedaleo. Dar pedales y parar tranquilamente, mirar reflexionar,
fotografiar y seguir. Todo sosegadamente para disfrutar de un paisaje Central
Manchego dominado y liderado por un pausado, llano y anastomasado río Cigüela
que provocaba un sinfín de planicies de lagunas envueltas entre espadañas,
carrizales y un elenco de avifauna, dejando florecer en pleno Corazón Manchego
las Lagunas de Villafranca centro de admiración en una Tierra de vistas
polvorientas y agónicas de calor.
Hoy río Gigüela de cara tristeza, arrugas profundas
e invasión de heridas que se comen su cauce. Hoy un río Cigüela, cansado y
agotado de mil combates, donde a veces la derrota era la lucha para una mejor
victoria el aquel ayer, hoy un silencio profundo de sus secas aguas braman los
estertores de su anunciada muerte.
Por fin siento “un cacho” de
libertad. Muchos días sometidos a mucha información, que por desgracia es
difícil apartar. Pero entre medias se cuela un hilo de esperanza: Ha llovido y
con ganas y, aunque forzaos, hemos dejado a la naturaleza campar a su anchas.
Cojo camino Navarro y tras pedaleos
llego a mi primer punto: El puente de la Tamarilla. Ni gota de agua. Cuidáo en
las fechas que nos andamos y ni una gota
de agua que lleva éste, ya tristón río Gigüela. Mal vamos, pienso pa mis
adentros. No quiero ser agorero, ni aprendiz de técnico, `pero esto no es buena
señal.
Giro a
la izquierda y pedaleo en expedición. Voy río arriba en busca de su agua de
este castigado Cigüela, que vuelve a mostrar su cara más amarga: El agua
brilla por su ausencia. Mal pinta esto, Este año allá por los arribas, en
termino de Cuenca ha nevado, pero según tengo entendido (por los partes del
tiempo ha llovido con consistencia por el otoño-invierno. No quiero pensar mal,
porque técnico hidrográfico, ni meteorológico, ni estudioso de estas artes de
las lluvias y situaciones climáticas soy; pero no me gusta ni un pelo esto que
voy viendo.
Siguiente parada, y tras cruzar la
carretera Quero. Me paro para disfrutar de las primeras vistas de la laguna
Grande. Me da un bajón. Está sin apenas agua, simplemente muestra un angustioso
charcón en su centro que lo ha producido la escorrentía de estas lluvias. Pero
bueno!, cómo puede ser. Será que las fotos que me han llegao, solamente dependen
del lao que una quiere enseñar. Angustia y tristeza, porque esto barrunta,
dentro de mi ignorancia, que se nos va a presentar un nuevo año de barros
resquebrajaos de triste mirar.
Parada intermedia, siempre, que
puedo me gusta seguir el carril que me lleva a lo altozano y divisar las
lagunas desde el este (desde aquí parece que todo se ve mejor o no, todo
depende). Se ven la Chica a la derecha y la Grande a la izquierda, siempre
muestran un bello espectáculo; pero el paisaje lunar blanquecino, rodeado por
apenas una lámina de agua dejan una visión de desesperación, que te golpea cuan
martillo de Thor, al divisar su aura blancuzca intensa y empoderada que muestra
la laguna Grande. Siendo un nadie en conocimiento de aguas y respuestas de la
naturaleza, me siento triste; una tristeza que me asusta. Asusta mi futuro, mi
identidad, mi orgullo y el casi abatimiento por desesperanza por sentir que
hemos perdido, al tener que entregarnos a esta nueva normalidad. Si el río no lleva agua, si por el entráero de toda la vida no pasa el
agua, nuestra historia será otra. Líbreme nadie de llamarme pájaro de mal
agüero, que para eso están los agur y yo no lo soy. Soy uno más de pueblo y sin
más conocimiento (si se le puede llamar) que es el que te da la vida y nada más.
Después de tanto tiempo encogío, no
estoy llevando mal este pedalear. Parada rápida en la reja: Agua. Hilo de
esperanza que se mete por el Caz. Alegría dentro de este valle de lágrimas que
nos viene acompañando desde hace años (me atrevo a decir última dos décadas,
con el apretón de estos últimos años). Pero no puedo afirmar, porque no soy de
apuntar datos, ni analizar litros de agua, temperaturas, periodos de lluvias y
un sinfín de documentación y estudios técnicos, que solo manejan expertos,
estudiosos y científicos o comités, y con ello, ellos son capaces de buscar las causas, la
variabilidad de probabilidades e incluso los remedios para poder enmendar a
esto que parece ser que va a ser lo que
vamos a tener.
Cojo camino y manta, pedaleo tras
pedaleo paso entre pinares, bordeo la Chica y la Grande y enfilo camino de las
lagunas para casa. Sólo pienso, y todo basado en mi nulo conocimiento, pero
abalado por la experiencia de un lugareño cargado en años, y me digo, al igual
que quedan lejos aquellas tardes de baños y entrañables meriendas a la orilla
de agua de la lagunas, queda lejos la esperanza de que hogaño las lagunas
vuelvan a tener agua. Quizás vivamos un triste verano por muchas otras cosas,
pero mi pronóstico, desde la ignorancia, me dice que este año las lagunas las
volveremos a ver secas.
A todo esto pido que, esto que
pronostico, este basado en un error de cálculo de mis falsos números y nulos
conocimientos técnicos, porque espero y deseo que los conocimientos de los
entendidos, técnicos, sabios o comité de expertos en la materia digan otras
cosas e incluso apunten buenas maneras para dar con el remedio, que a fin y al
cabo, ellos son los que saben, conocen y analizan los números, datos y estudios
adecuaos para marrarse bien poco, y los demás nos alegraremos de sus buenos
aciertos, sobre todo en buscar los remedios.
Confinado y con un terreno de poco
más de 40 metros cuadrado de tierra (tengo suerte), y atendiendo ideas,
descubrí que cavar un día y otro era una manera de hacer deporte y así le he
dado una y otra vuelta.
Pero es cierto que en cada azada,
hoy y siempre, me he acordado de mi padre. Él un hombre hecho en la “economía
del azaón”.
Fue el mayor, cuando en la
posguerra era un niño. Tuvo que aprender a buscarse las “habichuelas”, antes
que saber las “cuatro reglas” (aunque afortunadamente el abuelo Florencio, su
padre, le hizo ver lo importante de saber y aprender).
Le quedo gravado a fuego dos cosas:
La familia y el trabajo. La primera la vida le iba en ello, de hecho cualquier
sacrificio o penuria ante para él que ver alguien de los suyos padeciendo. La
segunda, el trabajo, donde los callos en las manos y en los pies (llego a jugar
al futbol sin calzao para no gastarlo, ni estropearlo, que no había otro) era
su base incansable para sacar su familia adelante, el uno y el dos siempre los
llevo unido.
Esto de dar azaonas como deporte me
trae un recuerdo que sonsaca una sonrisa, -los domingo, si no iba a trabajar
salía al campo y con el azaon cavaba hasta hacer un hilo lo más recto y largo posible,
esa era mi diversión-, más de una vez me lo recordaba. -Huye de estas
“miserias” que con ello no se adelanta na-, pero él siempre se aferró al duro
trabajo de agricultor de sol a sol, de azaon al hombro, de hoyos para viñas, olivas
u otros menesteres, donde el brío que le prestaba al azaon dejaba un zumbido que me
imponía.
Nunca se ganó “el pan a traición”,
pero siempre tenía un miedo, retroceder a aquellos años duros, donde el
mendrugo de pan era todo un lujo; por ello tener siempre un apartao con cuatro
gallinas, un par de pichones, unos sacos de trigo y una chiva era asegurar su
autoconsumo, y no quiero decir nada del reciclaje, donde el plato de comida no
quedaba ni “zarapeta”: los hueso bien limpios para el gato, para las gallinas
las mondaduras de naranjas, peras o plátanos y la chiva de todo el resto daba
cuenta, vamos que no se extrozaba nada y
nada se tiraba, porque todo tenía un provecho.
Él nunca entendió no llevarse un
bocao a la boca sin trabajar y su vida fue eso: Trabajar, trabajar y trabajar.
Ah! Y algunas veces con cuidao que no anduviera la Guardía Civil entre los
caminos por ser Fiesta de Guardar.
Que deporte más extraño me he
buscado durante el confinamiento, cavar y cavar mis apenas cuarenta metros.
Otra vez estoy que casi acabo.
Una mañana entre los ramillazos de
las olivas oigo la voz que me dice ¡Vamonos!-, no digo nada, simplemente cojo
el hato y nos marchamos. Él superaba los
ochenta años, yo comprendí que desde ese momento las cosas ya no serían igual.
Paso el rastillo envuelto en el
sudor de mi entreno en confinamiento.
Él, hoy, supera los noventa lleva
confinado sesenta días, si pudiera preguntarle cómo estás, él a buen seguro, que desde la mirada perdida, esbozaría una sonrisa y diría –bien- y seguiría
envuelto en su mundo extraño y sin entender que aquella economía del azaón que
nos hizo crecer hoy nos está rondando, pero quizás desde aquel ayer hasta el
actual hoy necesitemos las fuerzas, las agallas y el coraje de aquella gran
generación de trabajadores para afrontar este retroceso en lo que creíamos que
aquellos tiempos eran cuentos de viejos que no se habían adaptado a esta vida
moderna.
Siempre de pequeño me llamo la atención, cuando con voz
misteriosa, ahuecada y envuelta en silencios lúgubres de oscuros lutos, oía
decir “no somos nadie”. Esa expresión creaba en mi un miedo: convertirte en
algo confundido en las entrañas de la tierra por el trabajo laborioso de unos
bichos.
39 días enterrados, donde desde las entrañas de la tierra
los laboriosos bichos dan vida a la naturaleza, como ley de vida que es.
Hace años, todo hecho un manojo de nervios, y después de casi veinticuatro horas de tensión que nos había llegado hasta el alma. El Dr. Muñoz, un profesional de la medicina como la copa unpino, con su habitual rictus serio, secante y hombre de pocas bromas nos comentó, de manera tajante “no hay que hacer caso de cualquier cantamañanas”.
Quizás, nuestra sociedad no ha
vivido una crisis tan extrema desde la Guerra Civil. hoy estamos en el momento de
darlo todo sin "remilgos", es tiempo de mostrar lo mejor de lo nuestro y para ello es importante
alejarnos de cantamañanas, como son los chalatanes de tres al cuarto que nos
marean para llevarnos de un lado a otro, o los vividores del cuento echaculpas
interesados, cuando no aquellos lameculos y abrazafarolas, sin dejar a los sinvergüenzas
caza fortunas o lo que se creen unos listillos porque hacen de la cuarentena o el
confinamiento de su capa un sayo.
Y entre medias de todo esto, se
encuentra una generación de héroes que sufrieron la guerra civil, vivieron los
años del hambre, trabajaron de manera incansable e hicieron de su vida un
sacrificio porque no querían que sus hijos vivieran lo que ellos habían
sufrido. Hoy después de una vida de lucha constante, sin quererlo y sin tener
obligación, se han puesto en la primera línea de fuego o quizás, nos han vuelto
a hacer la jugarreta, porque nos vuelven a ver con esos ojos de los padres, que siempre fueron, y que aún
siguen buscando lo mejor para nosotros.
Ellos viejos, la generación sacrificada,
sí son héroes, por ello tratémoslos con el honor que se merecen y cumplamos con
nuestras obligaciones con el rigor y lealtad que se merecen, porque esto es lo
que aquella generación, hoy sacrificada, les hará sentirse orgullosa y sentirán
que su esfuerzo ha merecido la pena.