“ladran Sancho, señal de que
cabalgamos”
(frase apócrifa de el Quijote)
Un domingo cualquiera de un verano
del 2018 es el que me va a llevar a una ruta que me deparó gratos momentos de
pedaleo, no sin algún que otros sinsabores.
Quiero pedalear a ritmo, al menos
durante los primeros 15 km, pero será sobre el km 10 (camino de Saladillo)
donde me encontré con la mayor guarrería que el ser humano puede hacer de
manera intencionada (vertido de desechos a tutiplén sin más); pero será el
viento, que desde el primer metro de pedal me va empujando p´tras, el que me
lleve al momento crítico.
Un perro grandote, quizás de
pastoreo, me mira y galopa, se posiciona y acerca, todo ello al son de ladridos. Pedaleo, subo el ritmo lo
que puedo, mientras miro rápido al infinito, remiro a mis pies y una cuarta de
distancia separa su cabezón dentado de mi pie derecho. Aprieto dientes, aprieto
pedales. –C…..- grito. Aprieto pedales y ahí se acerca. Situación dantesca,
preocupante o cómica, el caso es que mi angustia acelera el ritmo (mientras
alguien distancio mira). Parece que el perro de dientes con cabezón de cuerpo
de peso retranquea y ladridos de pocos amigos esta dispuesto a llevar singular batalla. Yo sin dar respiro grito –es tuyo- él da pronta y
precipitada respuesta de quien se siente seguro entre vallas, así me grita –
no, aquí están los míos-.
El desasodegado pedalear me desvía
del camino y me trastoca hacia el lado más norte del polígono Alces de Alcázar
de San Juan, paso por: campo de golf, su
polideportivo, cementerio a la derecha, cruce de vía ferroviaria y ahí está
Beli, arrastrado por dos grande perros en el que el paseo matutino está claro
quien lo marca. Beli a dos manos controla o mejor parece que es llevao por dos
canes. Desde las distancia unos rápidos saludos.
Ermita de San Isidro y lanzado
hasta los molinos de Criptana, donde un viento en contra los va haciendo
gigantes, muy gigantes.
Entre molinos y tras callejear
entre su albaicín donde parece que ha rondao por estos lares una noche de
jolgorio y fiesta hace que mi disfrute sea solitario, silencioso y único.
Con los primeros descerrojazos me
tomo un café con riquisimas tortas de Alcázar. Disfruto de miras de altura,
tejados que te llevan al infinito de La Mancha. Es un momento de sabor en silencio.
Ahora desde mi wikiloc diseño mi
vuelta: dejar Alcázar de San Juan a la izquierda y llegar al polígono
Alces para entrar dirección Piedrola.
-Es complicado por aquío te entra en el
pueblo o te aleja- así me dice un pastor del lugar, concluyendo – mejor pasa a Alcázar-.
Replanteo caminos y trato de buscar la llegada a mi objetivo a través del arroyo de los
Albardiales (no tengo éxito). Sigo en
mis trece y al fin la solución entra por un arroyo que va hacia el polígono.
Tengo a mano la ruta a Piedrola
(C3). La hora se echa encima pero ya está a escasos 6 km. Paseo entre sus
piedras y entre un sol de verano que es dueño del infinito. Sorbo los últimos
tragos de agua y en camino para mi pueblo: Villafranca de los Caballeros.
Track del recorrido: